martes, 27 de noviembre de 2012

Comercio de Almas


Thomas Braun, alemán, cuarenta y cuatro años, casado, sin hijos, especialista en Recursos Humanos. Se dedica a reclutar mano de obra cualificada para grandes firmas alemanas. Ultimamente no para de trabajar en España, hoy en Madrid. Nunca admitirá que es un workoholic, adicto al trabajo.  Al día hace de ocho a doce entrevistas de trabajo, según el perfil que esté  buscando.  Ahora, por ejemplo, busca mecatrónicos, ingenieros, como casi siempre. Suele ir con alguien interno de la empresa para figurar, pero es siempre él quién toma las decisioness. En este caso le acompaña Tanja, una mujer regordeta y con aspecto afable que le desmonta el concepto supersofisticado que le gusta dar a sus entrevistas. Tanja aparece ese día vestida como una abuela de pueblo yThomas se muerde el labio inferior con disgusto después de un seco "buenos días" en respuesta al cordial saludo de la mujer. Saca un fajo de currículos; le gusta imprimirlos para tener algo en la mano en lo que ir haciendo anotaciones. Las entrevistas transcurren normalmente en inglés, salvo que la empresa insista en que sepan alemán.  La primera candidata  es una chica menuda que se ve nerviosa. Apenas le sale la voz cuando va responder a la primera pregunta estándar: ¿Ha encontrado bien el lugar de la entrevista?. Al principio, Thomas odiaba estas situaciones, le hacían sentirse molesto, a veces a alguna candidata se le escapaban las lágrimas al no entender las preguntas en inglés. "Can you repeat, please?" decían temblorosas con ese monstruoso acento que tienen casi todos los españoles. Por eso, cuando excepcionalmente algún candidato hablaba buen inglés, tenía automáticamente una gran ventaja. Vaya por dios, la chica era de las superhistéricas.  Había planeado una entrevista de cuarenta y cinco minutos, pero  iba a tener que acortar como fuera. Después de dejarle tartamudear entre título de patatín y patatán, prácticas de esto y de lo otro, Thomas termina con el calvario de la chica y suyo propio y  la despide justo a tiempo antes de que intervenga Tanja para reconfortarle en plan maternal. "Recibirá noticias nuestras". Ufff, Thomas respira aliviado a ver salir a la chica. Tanja le mira con sorpresa y miedo, pero se abstiene de decir nada, ya ha tenido muestras suficientes para saber que Thomas es un "imbécil de sangre fría" como ella denomina a tipos así.
El siguiente candidato es un joven de aspecto impecable, seguro de sí mismo, con verbo rápido y al poco de empezar ya tiene a Thomas en juego. Eso es lo que a Thomas le gusta de su trabajo, encontrar "perlas" así.
El resto de entrevistas trae como resultado otras dos histéricas, un chico sudoroso y otra chica que de haber sido algo mejor parecida hubiera tenido una oportunidad.
Cuando salen en dirección a sus respectivos hoteles, Tanja no puede evitarlo y suelta un comentario: "¿Cómo te sientes siendo dios?" Thomas se para y la mira perplejo. Tanja continúa, algo insegura: "Decides sobre las vidas de estos chicos, que se han esforzado en tener unos estudios y ahora están desesperados por encontrar un trabajo con lo mal que está la situación en este país..." Thomas la mira con desprecio y sin dejarla terminar de hablar se da la vuelta y se marcha.  Qúe coñazo de tía, no llegará lejos en ese trabajo.

sábado, 15 de septiembre de 2012

Cria cuernos...



Miguel, 52 años, arquitecto. Desde hace casi treinta años felizmente casado con una mujer estupenda a sus 49 años. Hace unos seis meses, mientras iba a la deriva en internet entre páginas pornográficas, aburrido porno encontrar nada nuevo, sin saber cómo, introdujo los términos "infiel" y "contacto" en Google. En el listado consiguiente, tropezó con "Romance Secreto" una página web dedicada a personas que buscaban citas secretas para personas casadas. Primero se dió una vuelta para comprobar el terreno de hombres en la franja de edad que le correspondía a él, la de 50-53 años.  Casi todos se presetaban con la misma canción: "la vida es corta", "la relación con el tiempo se abotarga", "solo busco una aventura, una relación estable ya tengo". Todos proclamando a gritos su crisis de mediana edad, ese "yuyu" con el que disfrazan algunos su repentino iluminamiento en el que al fin, tras más o menos cincuenta años en este mundo, se dan cuenta de que... ¡envejecen!. Y lo peor, la mujer, también. Había pocos insensatos casados que se atrevían a poner una foto en el perfil, pero Miguel comprobó con satisfación que tenía muy buenas cartas, pues tenía un cuerpo relativamente atlético y conservaba, aunque gris, toda la cabellera. No dudó un instante en colgar su perfil con foto y ni siquiera se percató de que repetía la misma cantinela que todos los demás infieles "siento la necesidad de sentir el contacto de otra piel distinta...". Esa noche se fue a la cama con una sonrisa provocada por el gusanillo del morbo. Y ni una sombra de duda.
En cuestión de días tenía su primera cita que derivó en su primera aventura. Una mujer de treinta y nueve años, ni mucho menos tan atractiva como su mujer, pero con ganas de probar cosas nuevas en la cama. Desde hacía casi seis meses, veía a su amante los miércoles a mediodía bajo la tapadera de ir al gimnasio, saliendo del despacho con bolsa de deporte incluida. La coartada era importante, pero también lo era controlar los sentimientos de la amante. Miguel lo tenía claro: caricias las justas y ninguna señal de cariño. Pero pese a esto, le parecía que su amante se estaba enamorando de él. Aquella mujer no tenía ninguna posibilidad de competir con su esposa, que pese a ser diez años mayor, tenía mucho mejor aspecto, por no hablar del plano intelectual. Alberto disfrutaba de las conversaciones con su mujer y no se imaginaba la vida sin ellas. No sentía un asomo de remordimiento cuando estaba con ella, se sentía orgulloso de poder separar sus dos vidas tan fríamente. Era feliz con su mujer y sabía que si un día ella le descubría, peligraría su matrimonio. Pero si se daba el caso, él lucharía por su mujer, haría lo que fuera necesario. Ese pensamiento le hacía estar aún más orgulloso de sí mismo.
Sonia, 49 años, asesora de imagen. Casada desde hace casi treinta años con Miguel. Hasta hace unos segundos creía estar satisfecha con su vida; se sentía realizada con su trabajo y con sus hijos y era feliz con su marido. Hasta que le han confirmado vía e-mail que es una cornuda. En los segundos que han pasado de ser una sospecha a ser un hecho, Sonia ha visto girar todo a su alrededor. "Menos mal que estoy en casa", piensa, absurdamente, como si eso le quitara hierro al asunto. Entonces se siente herida, siente un dolor físico en el pecho y como sus pensamientos van frenéticos, de acá para allá, se mezclan la humillación, la ira, el dolor y el despecho. Se siente vejada por el ridículo teatro de las últimas semanas. Su ginecólogo le comunicó que tenía una infección venérea y estuvo haciendo quinielas: será de la piscina, la abré cogido en algún baño público... pero nunca jamás hubiera considerado la remota posibilidad que le había mencionado el médico: transmisión sexual. Y hubiera quedado en suposiciones absurdas de no ser por Marisol. Su amiga, le había llamado hacía diez minutos. Le temblaba la voz y apenas susurró: "Me sabe mal no decírtelo en persona, pero creo que debes saberlo cuanto antes. Abre tu e-mail, te he mandado algo" A Sonia el corazon le latía a mil por hora, tuvo que teclear su contraseña dos veces para abrir su correo. Pero al fin, ahí lo tenía frente a ella, el anuncio de Miguel demandando el contacto de una piel ajena.
Actualmente, Miguel está en trámites de separación y ya no tendría que poner "casado" en su anuncio en la web de contactos, pero ha borrado su anuncio. Por el momento no tiene ganas de aventuras, sólo desearía volver con su mujer, ahora no siente la necesidad de sentir el tacto de otra piel, daría lo que fuera por volver a sentir la de Sonia. Contra todas sus esperanzas, Miguel no tuvo opción de "luchar" por su mujer, ya que Sonia puso fin a su matrimonio en el momento que tuvo constancia de las infidelidades de su esposo. "Eres un cerdo para calcular así el ponerme los cuernos" fue lo único y último que Sonia le dijo.

martes, 11 de septiembre de 2012

Intuición

Entra a la peluquería asomándose tímidamente. Cristina es así: vergonzosa, mira a suelo y se ríe incómoda en cualquier situación. Habla bajito, y pregunta en apenas un susurro si tiene turno, si se puede quedar.
La peluquera, una joven desganada que masca chicle moviendo los numerosos piercings de su cara, se aparta un mechón de pelo teñido de rosa de la frente y la mira asintiendo. Demasiado esfuerzo articular la palabra "sí" y menos con la mierda de sueldo que cobra.
 Cristina se sienta y como frente a ella hay una oronda señora ocupada con el "Hola"  no sabe dónde mirar. En una de sus miradas furtivas, pilla a la obesa chupándose el dedo para pasar la página. Sin querer, Cristina tuerce el gesto, pensando en lo asqueroso del hecho de chupar lo que tantas otras personas habían tocado. Personas que habían ido al baño y no se habían lavado la manos, que...¡para! dejar de imaginarte eso.
Al fin le llega su turno. Por suerte le toca la peluquera "buena". Le resulta incómodo pedir cosas, y si hubiera tenido que decirle a la peluquera "brusca" que quería que le atendiera la otra, de puro miedo no hubiera abierto la boca. La chica le saluda amablemente. Le habla con familiaridad, pues es su cliente habitual y para Cristina es todo un alivio.
-¿Cortamos las puntas?
Cristina niega con la cabeza y se arma de valor:
-No, corto.
La otra la mira interrogante.
-¿Por aqui? -dice, señalando justo por debajo de la oreja.
-No, más.
La peluquera asiente extrañada y le pregunta varias veces si está segura. Lo de asegurarse debe ser algo que se aprende en la escuela de peluquería.
- Y el tinte, ¿como siempre?
-No...-dice Cristina con apenas un hilo de voz- no me voy a teñir.
La peluquera se extraña aún más, pero tiene la sensación de que no debe preguntar más. Su sexto sentido le ha revelado algo.
Cuando termina de cortar, toma un espejo y le muestra a Cristina el corte por detrás. Ella asiente con una sonrisa melancólica.
La peluquera le quita la capa y tras cobrarle a una Cristina que se siente rara, desnuda sin su melena, se acerca con ella a la puerta y le susurra furtivamente "Ánimo, que saldrá bien".
Cristina mira al suelo y casi tropieza aturdida al salir. Mañana empieza la quimioterapia.

jueves, 6 de septiembre de 2012

¿Te suena?

Andrés Rege es un gilipollas. Es el resultado de la combinación madre retorcida y padre mala leche así que estaba destinado a ser un capullo desde el mismo instante en que vino al mundo. Ser un completo gilipollas no representa tarea fácil ya que requiere una completa dedicación. Por las mañanas, Andrés se levanta y si está inspirado deja un reguero de flatulencias cuando se dirige al baño. De camino al trabajo, acelera al acercarse al paso de peatones del colegio y cuando llega, aparca ocupando innecesariamente dos aparcamientos. Andrés es, como no podía ser de otro modo, jefe. "Mi jefe es un gilipollas" es, sin duda, la frase más repetida por todos sus subordinados. Entra en la oficina y hace el mismo comentario despectivo a la recepcionista por su sobrepeso. Mira babeante a la buenorra de la oficina y  se encierra en su despacho a pasar la mañana leyendo el marca y jodiendo a los empleados. El capullo es divorciado porque hasta la lela de su exmujer no pudo soportar su suprema gilipollez. Tienen dos retoños, ambos con el gen de la capullez, que es extremadamente fuerte y se hereda inevitablemente de generación en generación. Como casi nunca tiene ganas de ejercer de padre, suele dejar plantados a sus hijos con las excusas más absurdas, y se va a tomar unas copas, a "cazar". Rara vez consigue llevarse el gato al agua y acostarse con alguna mujer. La condición es que la mujer no supere un coeficiente intelctual del 50 o que esté tan borracha que tenga las alarmas antigilipollas desactivadas. Una vez saciados su instintos sexuales, el gilipollas se esfuerza aún más en serlo. Este es un mecanismo de autoprotección, para evitar que a la mujer se le ocurra desarrollar sus instintos de relación estable previos a los matrimoniales. Cuando se va a dormir por la noche se mira en el espejo mientras se lava los dientes y no siente nada; se tumba en la cama, cierra los ojos y se duerme sin dudar un segundo sobre su diario comportamiento de capullo. Esa es la mejor parte de ser un gilipollas, que uno mismo no sabe que lo es.

miércoles, 5 de septiembre de 2012

Adele (cuarta parte): mi punto débil

Paso por la calle mirando discretamente mi silueta en el reflejo de los escaparates. Estoy casi satifecha de mi aspecto. Llego al exclusivo café donde he quedado con Guillermo, Willy. Es un niñato rico, pero tiene estilo, sabe ganarse el que alguien como yo se deje ver con él. Lo conocí en una de las discotecas más pijas de Madrid. Rara vez desperdicio mi tiempo en acudir a este tipo de antros, pero la imbécil de  mi prima estaba de visita y no me quedó más remedio que llevarla por ahí para que mi madre se callara al fin. Debí de llamarle la atención porque mi atuendo no era para nada de puta barata como todas las demás chicas allí. Me mandó una botella de champán, y yo, ante la mirada de envidia de mi prima me digné a mirar en su dirección. Observé al niño pijo que me saludaba con su copa. Un rubio que peinaba sus rizos con raya al lado, el peinado que yo denomino "de primera comunión". Para completar el cuadro llevaba, además una chaqueta de cuadros que parecía sacada de una película de los sesenta. No aguanté esa visión más que un instante, pero un minuto después alguien me tocaba delicadamente el hombro. Me giré para encontrarme con su sonrisa estudiada y no mpoder negarme a que me tomara la mano para besarla. Todas la miradas de desprecio fallaban contra él, se empeñó en quedarse y me puso tan de los nervios, que le hubiera mandado a la mierda pero entonces propuso que nos fueramos a un garito de bailes de salón. Entonces yo acepté, solo para darle una lección al niñato. Llegamos a un local los tres, con mi prima a regañadientes, porque es auténcticamente nula para el baile. El sitio tenía su encanto, se llamaba "Buenos aires"  y se bailaba y respiraba auténtico tango argentino. Yo estaba deseando que me sacara bailar, quería humillar lo antes posible a Willy. Me tomó galantemente la mano, me llevó a la pista y... me hizo vibrar. Ese mequetrefe tenía algo...seguramente había encontrado lo que ni siquiera yo sabía que existía: mi punto débil.

domingo, 13 de mayo de 2012

El primer día

Miro de nuevo en mi agenda, la entrevista tendrá lugar a las diez y media de la mañana siguiente en las oficinas de la empresa. Es una ocasión importante, un cliente al que iré a visitar. Es mi primera entrevista y de ella depende mi futuro profesional.
Miro de nuevo en la agenda: se trata de una firma conocida, hace años estuve en su local. Calculo en que tardaré un cuarto de hora en llegar. Me voy a la cama y para no ponerme más nerviosa no ando preparándome las cosas, tengo tiempo al día siguiente.
Como estoy algo alterada duermo poco, me revuelvo en la cama y cuando al fin consigo relajarme lo suficiente para dormir cinco minutos suena el despertador. Niños al cole, vuelvo a casa y confirmo que me he dejado el bocata del mayor. Como sólo son las ocho y mi conciencia no me deja ignorar el tupperware rojo (el color de la culpa) me acerco corriendo al cole para llevárselo. Las ocho y cuarto. Dejo las llaves encima del armario de la entrada de mi casa y se resbalan detrás del armatoste. Lucho durante otros diez minutos para sacarlas. Me cargo la pintura de la pared y la laca de uñas. Suspiro y respiro, suspiro y respiro. Aún tengo media hora para irme a correr. Seguiré por una vez el consejo de mi vecina, que es una ejecutiva de tomo y lomo, una profesional que me dijo ayer que antes ella antes de tener un meeting importante, se daba una buena paliza en la cinta de correr. Como yo no tengo un "ático" de 150 metros para mi solita como ella, en el que tengo un cuarto que es prácticamente un gimnasio (con entrenador personal y todo) pues me pongo las zapatillas, un chándal viejo y me voy alegremente. En el portal me para otra vecina y me atrapa de tal modo en un monólogo que no me deja opción ni para decir, "lo siento, tengo prisa". ¡Mierda, las nueve menos cuarto! Salgo tropezando intento correr sorteando las mierdas de perro de la acera, se me sube el café del desayuno a la garganta. Al volver, por supuesto, piso la última mierda que había por sortear. Al ver la repugnante sustancia mi estómago revuelto se da por vencido y vomito allí mismo, a escasos metros de mi portal, a los pies de una farola. Por supuesto, con varios testigos y claro está, los vecinos jubilados del tercero, que es lo mismo que decir el canal informativo de todo el edifcio. Las nueve y cuarto. Al borde de la desesperación, sin tino alguno para sacar el excremento con un palo de las retorcidas ranuras de la suela de mi zapatilla, subo descalza a mi piso (¡gracias a dios un primero!) llevando la zapatilla con el brazo lo más estirado posible. Meto la zapatilla en una bolsa de plástico, me voy a lavando los dientes mientras saco el traje "especial" del armario. Me atraganto con la pasta de dientes al ver que tiene un lamparón en la solapa.  Corriendo al baño antes de que babee todo el cuarto. Tranquilidad, siempre hay un plan B... ¡siempre que no se haya engordado seis kilos en los últimos dos meses! No consigo cerrar el botón del pantalón de ninguno de mis trajes . En cuestión de segundos se amontonan de cualquier manera la casi totalidad de mis pantalones posbiles para la entrevista. Sudo a chorros, mira, al menos así hago deporte que quería hacer antes. Plan C: el imperdible. Con un imperdible  en lugar del botón consigo aumentar los cuatro centímetros de perímetro que necesito. Una vez tomada esta decisión de emergencia me voy corriendo a la ducha. Las macarillas y el relax que tenía pensado darme quedan eliminadas. Me maquillo en el huequito que queda del espejo sin empañar, esperando que a la luz del día no resulte esperpéntico. La laca de las uñas estropeada me la quitaré con los dientes en el autobús camino de la entrevista. Tan brutal como suena. Superado, salgo de casa a la diez, con el bolso, los papeles que necesito y todo a pesar de ser plan C. Me siento en el autobús y respiro, por fin con normalidad. El stress da paso a unos nervios cosquilleros por el trabajo en sí. Son sólo cuatro paradas. En la segunda encuentro sitio y hasta cierro los ojos para relajarme.  Me relajo....me sigo relajando.... El conductor alza la voz: "Ha habido un accidente, la calle esta cortada y no tenemos posibilidad de desviarnos hasta que no venga la policía. Quien quiera puede bajarse aqui" y deja caer un "disculpenlasmolestias". La incredulidad me deja paralizada. Al fin, con la poca lucidez que me queda salgo del bus, y me lío a correr calle arriba. Como no podía ser de otro modo llevando tacones de aguja, he ido a pillar la única calle adoquinada de la zona. Me tuerzo el tobillo doscientas veces, pero al fin alcanzo a ver el enorme edificio de oficinas al que me dirijo. ¡Y sólo son las diez y veinte! Se me escapa un gritio de alegría en el recibidor que hace que dos trajeados me miren como si fuera un allien. No tengo tiempo de avergonzarme, voy a ver el gran mural del directorio de empresas.  Primera planta, no, no es aqui. Segunda, no... tercera... Llego a la octava y última y pestañeo. ¿Veo mal? Vuelvo a leer todo el directorio completo.¡No! empiezo a comprender... en mi inmensa estupidez, no se me ocurrió que la empresa hubiera cambiado de ubicación. Otra vez noqueada, tardo unos segundos en reaccionar. Salgo a la calle, saco mi móvil. y busco el número de la empresa.  No puede ser verdad, ¡me lo he dejado en casa!. Me dan gans de llorar, pero me domino y llamo a mi madre. No hay tiempo para saludos
-Corre, entra a internet y buscame un número de teléfono.
-Ay, hija que prisas, ya sabes que los ordenadores y yo...
Cuando al fin consigue entrar a internet, me encuentro con el obstáculo del nombre: la empresa es finlandesa. Son dos palabras que nos cuestan cinco preciosos minutos, porque el "como suena" no funciona.
Llamo a la empresa con voz temblorosa y diciendo en parte frases sin sentido me disculpo y miento muy mal diciendo que estoy en un atasco  mientras se oye de fondo a la gente por la acera.
-Ah, es usted la de la entrevista?¿No le han avisado de que ya no es necesario que venga? Se ha decido que no concedemos más entrevistas, lo siento.
Primero siento alivio. Luego empiezo a pensar que voy a tener que repetir este "primer día".

viernes, 20 de abril de 2012

Adele (tercera parte): Debilidad

Alguna vez me pregunto por qué no siento simpatía por nadie. Ni siquiera en  mi círculo cercano. Quizá se debe a que mi círculo se reduce a la zorra de mi entrenadora, mi pareja de baile, mi madre y Lola. Lola es una perrita faldera que se me pegó en el instituto porque con su cara boba y su sobrepeso no tenía a nadie. No sé por qué prescisamente a mi, pero la cuestión es que aguantó viento y marea con mis pugnas constantes, que de haber sido de otra pasta le hubieran atravesado el corazón. Pero Lola se quedó ahí, disfrutando, pequeña masoquista, esperando que le llame para aprovecharme una vez más de esa dependencia ciega para que me haga esto o lo otro.  Una vez me preguntó si éramos amigas. Yo solté una carcajada atragantádome con el cócktel de marisco que le había mandado hacerme. "¿En que planeta vives?" le dice en un tono aún más hiriente de lo normal.  Entonces se le humedecieron los ojos, y yo pensé en salir como un rayo antes de que me montara un numerito llorica. Por suerte consiguió dominarse y yo pude terminarme el cócktel, que estaba delicioso, pero esto, por supuesto, no se lo iba a decir. Esa fue la única vez que Lola tuvo un momento de debilidad, después nunca más se atrevió a preguntarme algo tan estúpido. Creo que se conforma con imaginarse sus infantiloides nubes de color de rosa en las que las dos saltamos cogidas de la mano como las mejores amigas. Voy a vomitar. La verdad, lo que le pase a por la cabeza a Lola, a la zorra de mi entrenadora o a mi madre no me importa lo más mínimo, mientras no me salpique con, por ejemplo, repugnantes muestras debilidad. Puedes ser débil, pero por dios, no lo muestres.

martes, 20 de marzo de 2012

El seto

Han asomado los primeros rayos de sol de la primavera que equivale a escuchar la llamada del deber de jardinera. Llena del optimismo del comienzo de la estación, me "armo" con una azada y demás artilugios cuyos nombres desconozco y me arrodillo sobre el césped a los pies del seto. Elijo hacer la tarea más ingrata primero: quitar hierbajos. Todo aquel que se dedique de vez en cuando a  las tareas de jardín sabe el efecto purificador que esto tiene. La mente se deja llevar por esto y lo otro: descubres un bicho que no habías visto nunca, te das cuenta de lo mucho que ha crecido esta u otra planta...
Al otro lado del seto está la acera. De pronto, escucho un levísimo arrastrar de pies: raaasss, raaaassssss.
Me asomo disimuladamente por la puerta: es el matrimonio de ancianos que vive al final de la calle. Caminan de la mano, a un ritmo lentísimo: necesitan dos minutos para cubrir la distancia que recorre el seto de mi casa  (escasos veinte metros). Me quedo de pie allí como una boba, mirándolos marchar. Hasta que alcancen su casa, pasarán al menos diez minutos. Observo cómo se han desmejorado, desde que me mudé a esta calle, hace nueve años. Por aquel entonces el marido pasaba a menudo pizpireto en bici hacia el pueblo y volvía con el cesto lleno con las compras. La mujer, muy coqueta, siempre bien peinados los bucles de su pelo blanco, caminaba erguida y me dedicaba una sonrisa dulce cuando la saludaba. Por aquel entonces el seto era muy bajo y veía a mis vecinos al pasar. Ahora el seto mide dos metros. Y ahora ni el hombre va en bici, ni la viejecita puede caminar sola: siempre debe ser ayudada por su marido.
 Han llegado al fin a su casa. El marido le suelta la mano para abrir la puerta. Dos segundos depués vuelve a asirla con fuerza.

domingo, 18 de marzo de 2012

Adele (segunda parte): Exactitud

Ayer me acosté con  uno de mis amantes ocasionales. Estuvo muy bien, le doy un nueve. Seguramente muchos crean que estoy mal de la cabeza, por poner nota a estas cosas. Pero yo le pongo nota a TODO. Mi madre, que es una seria señora francesa, me enseñó que no existe obra humana alguna perfecta, sencillamente, a todo aquello hecho por el hombre que roza la perfección lo llamamos genial. Genial son la Mona Lisa, algunas sinfonías de Beethoven (no todas), la pirámides de Egipto...
Yo, por mi parte, no aspiro siquiera a ser genial en lo que hago, sobre todo en el baile. Lo que yo más ansío es la exactitud. ¿Por qué en el baile?  Eso se lo debo a mi padre. Cuando venía de alguno de sus largos viajes de negocios, tras la cena se tomaba uno, dos, tres whiskys. Contaba algún chiste y como ni mi madre ni yo reíamos empezaba con sus "pero que serías sois" y dirigiéndose a mi  madre: "¿Se puede saber que le das a la chica, que parece de piedra, de lo envarada que está?" Entonces ponía uno de sus viejos discos y me arrancaba hasta el parquet del comedor. Mi padre había sido un buen bailarín, lo había aprendido de mi abuela, que a su vez había sido una reconocidabailarina clásica. A mi me gustaba bailar con mi padre y por supuesto no lo dejaba notar, pero mi padre me llevaba al compás de un tango,y a mí me fascinaba la exactitud que pueden alcanzar los movimientos sincrónicos de dos bailarines. Exactitud.

sábado, 17 de marzo de 2012

Adele


Adele, la rubia gorda de voz prodigiosa. El torrente sobre el escenario que aparenta muchos más años de los que tiene. ¿Por que tenía que llamarse esa vaca que ahora está tan de moda precisamente como yo? Yo siempre he estado encantada de ser Adele, un nombre poco común, pero ahora esa morsa me ha robado el privilegio, y vaya donde vaya y me presente, siempre el odioso comentario "Adele, ¿Como Adele?" El otro día me lo dijo un oficinista y contesté: "No, como Francisco Torres" (ese nombre ponía en su tarjeta identificativa en su chaqueta). El hombre me miró sorprendido, pero la mirada que le devolví le puso  a trabajar con la boca bien cerrada. NO tengo NADA que ver con esa diva estúpida. Soy morena, esbelta y puedo hacer cosas con mi cuerpo que ella ni en sueños podría. Soy bailarina (semiprofesional), bailo bailes de salón en competiciones, y ahora, cuando abra al puerta de la sala donde practico estará mi pareja de baile esperándome, paciente sabiendo que  entraré con mi pelo estirado hacia atrás, caminando erguida y daré un recital de perfección cuando baile con él.
Un saludo corto, el entrenador pone el CD, suena un tango impetuoso, me alegro de no tener que poner sonrisa falsa como para otras disciplinas y me muevo totalmente concentrada por el parquet. Mi pareja sonrie radiante al terminar, jadeante. Yo me ato del cordón del vestido a la cintura, sin expresión. Me marcho antes de que mi compañero se ponga a agradecerme de nuevo patéticamente que baile con él. No puedo hacerle notar que él es realmente bueno. Yo no bailo con mediocres. Me cambio a toda prisa, saliendo antes de que vengan las marujas de la hora siguiente y me voy a mi exclusivo barrio. Dios, cada vez se me hace más difícil salir de él, me siento sucia e inmunda sólo de ir en coche por "otras" zonas.

viernes, 16 de marzo de 2012

Resignación pasmosa

Documental de la BBC.
"El guepardo es un animal que caza en solitario". En la pantalla se asoma el cuerpo moteado y alargado de un sigiloso guerpardo deslizándose entre las pajas, al acecho de un grupo de jirafas.
"Pero este guepardo no ha venido solo" De pronto el plano de frente y se triplica la seria cara del guepardo. "Ha traído a sus hermanos" Entonces aparecen de la nada un par de avestruces con su mirada boba. El macho, con plumaje negro es seguido por la hembra, marrón, meneando los cuellos al compás. Pasan a ser el objetivo de los guepardos. "Las avestruces se sienten seguras, saben que un sólo guepardo es inofensivo" Los enormes aves no se inmutan, caminan meneando el cuello y siguen con su mirada boba. Por su supuesto, ocurre lo que tiene que ocurrir y evidentemente la BBC lo muestra a cámara lenta: los tres guepardos rodean a todo trapo primero al macho, que sale vencedor en la carrera, y luego a la hembra, que se había quedado rezagada. Como no podía ser de otro modo, los planos de la cámara nos muestran a los tres felinos hincándo el diente al pobre animal, tumbados los cuatro en el suelo, ella ya sin fuerzas para moverse, pero con el largo cuello alzado y al fin, cuando su cabeza se desploma se sueltan los pesos muertos que colgaban desgarrándole las tripas. Se ve entonces emerger las cabezas de los guepardos de entre las pajas. Resollando del esfuerzo miran hacia el infinito como diciendo "lo siento, no puedo evitarlo". A un metro de ellos está el macho,meneando el cuello, con su mirada boba. Como si no hubiera pasado nada.

jueves, 8 de marzo de 2012

El Patosaurio


-Tienes que darte prisa, Marcos.
El niño comía a toda velocidad, sin enterarse de lo que tragaba.
-Cinco minutos, ¡vamos!
Marcos dejó la cuchara en el plato, tosió al atragantarse con el último bocado y salió a toda prisa a lavarse los dientes.
Los martes eran especialmente estresantes. Llegaba del colegio a las dos, corriendo desde la parada del autobús, comía a toda prisa y se iba al estudio de grabación.
A sus once años, Marcos había doblado ya a cinco personajes de animación en películas, y ahora ponía la voz al "Patosaurio", un personaje principal de una conocida serie de dibujos. Sus compañeros de colegio le hacían repetir una y otra vez sus famosas frases, que grababan en sus móviles.
"¡Ahora di mi nombre!". Marcos suspiraba y oía en sus carcajadas retazos de envidia que le hacían sentir incómodo.
Llegó al estudio cinco minutos tarde. Todos le miraron sin disimulo con enfado. Pero Marcos consiguió darle a su voz el mismo aire desenfadado de siempre. A veces le encantaba hablar en boca de esos extraños personajes. Si la toma salía bien, se sentía parte de ese mundo irreal. Pero lamentablemente, eso no salía ser el caso. Lo normal era que él, curiosamente el único menor que doblaba en la serie,  fuera el que más errores cometía. Al principio, cuando su madre estaba presente en los doblajes, Marcos la miraba y su madre le transmitía la confianza necesaria. Pero cuando ahora "tropezaba" no había un sitio donde asirse, aunque por inercia buscara la mirada de su madre.
Una de sus compañeras, una sobremaquillada cincuentona que tenía una agudísima voz,  tenía mal día e hizo que las tomas duraran más de lo normal. A las ocho y media de la noche, Marcos, tras mirar furtivamente a su alrededor,encendió su móvil para llamar a su madre. Esperaba que le viniera a buscar, pues ir por las calles de Madrid a esas horas le daba miedo. Se mordía las uñas mientras los exasperantes tonos de espera en la línea telefónica daban paso a un saludo del buzón de voz. Genial, ahora recordaba Marcos que su madre tenía cita en el fisioterapeuta, y estaría conduciendo a casa. Eso significaba esperar en el hall del enorme edificio al menos media hora. Y los deberes de mate sin hacer. Suspiró y tiró su mochila al suelo. Ojalá hubiera traído los cuadernos de mate. Se recostó en el sofá de la entrada, bajo la desconfiada mirada de la chica de la recepción, que estaba desconectando su ordenador para irse a casa.  El brillo extremo del mármol y el metal de aquella presuntuosa estancia le hacía sentir incómodo. Se le ocurrió llamar a uno de sus pocos contactos en la agenda de su móvil, uno de sus compañeros de clase Algo parecido a un amigo. Contestó una voy infantil.
- Adrián, soy...-le interrumpió una sonora carcajada.
-¡El Patosaurio! jajaja
- Perdona, me puedes pasar con Adrián, soy Marcos...
No sirvió de nada,  el niño comenzó a pedirle que dijera las típicas frases. Marcos colgó. Seguía resignado, como era habitual en él. Le hubiera gustado que su "amigo" le hubiera echado una mano mandándole los deberes a su iphone, pero debía ser mucho pedir, que le tomaran en serio.
A las nueve descolgó su móvil para dejar llover las disculpas y la compasión de su madre.
A las diez y cuarto cenaba.
A las once menos veinte se sentaba a intentar hacer los ejercicios de matemáticas.
A las once menos cuarto reposaba sobre los cuadernos, absolutamente rendido al cansacio.
A las once su madre le golpeaba el hombro.
A las once y cinco se dejaba caer pesadamente en su cama.

Epílogo
" Marta Ruiz, del canal radiofónico seis. Hoy tenemos con nosotros a Marcos Fuenseca, el doblador de personajes como el Patosaurio. Marcos tiene tan sólo once años, pero su voz es totalmente famosa. Dime, Marcos: ¿envidian tus amigos la vida que llevas?"