sábado, 15 de septiembre de 2012

Cria cuernos...



Miguel, 52 años, arquitecto. Desde hace casi treinta años felizmente casado con una mujer estupenda a sus 49 años. Hace unos seis meses, mientras iba a la deriva en internet entre páginas pornográficas, aburrido porno encontrar nada nuevo, sin saber cómo, introdujo los términos "infiel" y "contacto" en Google. En el listado consiguiente, tropezó con "Romance Secreto" una página web dedicada a personas que buscaban citas secretas para personas casadas. Primero se dió una vuelta para comprobar el terreno de hombres en la franja de edad que le correspondía a él, la de 50-53 años.  Casi todos se presetaban con la misma canción: "la vida es corta", "la relación con el tiempo se abotarga", "solo busco una aventura, una relación estable ya tengo". Todos proclamando a gritos su crisis de mediana edad, ese "yuyu" con el que disfrazan algunos su repentino iluminamiento en el que al fin, tras más o menos cincuenta años en este mundo, se dan cuenta de que... ¡envejecen!. Y lo peor, la mujer, también. Había pocos insensatos casados que se atrevían a poner una foto en el perfil, pero Miguel comprobó con satisfación que tenía muy buenas cartas, pues tenía un cuerpo relativamente atlético y conservaba, aunque gris, toda la cabellera. No dudó un instante en colgar su perfil con foto y ni siquiera se percató de que repetía la misma cantinela que todos los demás infieles "siento la necesidad de sentir el contacto de otra piel distinta...". Esa noche se fue a la cama con una sonrisa provocada por el gusanillo del morbo. Y ni una sombra de duda.
En cuestión de días tenía su primera cita que derivó en su primera aventura. Una mujer de treinta y nueve años, ni mucho menos tan atractiva como su mujer, pero con ganas de probar cosas nuevas en la cama. Desde hacía casi seis meses, veía a su amante los miércoles a mediodía bajo la tapadera de ir al gimnasio, saliendo del despacho con bolsa de deporte incluida. La coartada era importante, pero también lo era controlar los sentimientos de la amante. Miguel lo tenía claro: caricias las justas y ninguna señal de cariño. Pero pese a esto, le parecía que su amante se estaba enamorando de él. Aquella mujer no tenía ninguna posibilidad de competir con su esposa, que pese a ser diez años mayor, tenía mucho mejor aspecto, por no hablar del plano intelectual. Alberto disfrutaba de las conversaciones con su mujer y no se imaginaba la vida sin ellas. No sentía un asomo de remordimiento cuando estaba con ella, se sentía orgulloso de poder separar sus dos vidas tan fríamente. Era feliz con su mujer y sabía que si un día ella le descubría, peligraría su matrimonio. Pero si se daba el caso, él lucharía por su mujer, haría lo que fuera necesario. Ese pensamiento le hacía estar aún más orgulloso de sí mismo.
Sonia, 49 años, asesora de imagen. Casada desde hace casi treinta años con Miguel. Hasta hace unos segundos creía estar satisfecha con su vida; se sentía realizada con su trabajo y con sus hijos y era feliz con su marido. Hasta que le han confirmado vía e-mail que es una cornuda. En los segundos que han pasado de ser una sospecha a ser un hecho, Sonia ha visto girar todo a su alrededor. "Menos mal que estoy en casa", piensa, absurdamente, como si eso le quitara hierro al asunto. Entonces se siente herida, siente un dolor físico en el pecho y como sus pensamientos van frenéticos, de acá para allá, se mezclan la humillación, la ira, el dolor y el despecho. Se siente vejada por el ridículo teatro de las últimas semanas. Su ginecólogo le comunicó que tenía una infección venérea y estuvo haciendo quinielas: será de la piscina, la abré cogido en algún baño público... pero nunca jamás hubiera considerado la remota posibilidad que le había mencionado el médico: transmisión sexual. Y hubiera quedado en suposiciones absurdas de no ser por Marisol. Su amiga, le había llamado hacía diez minutos. Le temblaba la voz y apenas susurró: "Me sabe mal no decírtelo en persona, pero creo que debes saberlo cuanto antes. Abre tu e-mail, te he mandado algo" A Sonia el corazon le latía a mil por hora, tuvo que teclear su contraseña dos veces para abrir su correo. Pero al fin, ahí lo tenía frente a ella, el anuncio de Miguel demandando el contacto de una piel ajena.
Actualmente, Miguel está en trámites de separación y ya no tendría que poner "casado" en su anuncio en la web de contactos, pero ha borrado su anuncio. Por el momento no tiene ganas de aventuras, sólo desearía volver con su mujer, ahora no siente la necesidad de sentir el tacto de otra piel, daría lo que fuera por volver a sentir la de Sonia. Contra todas sus esperanzas, Miguel no tuvo opción de "luchar" por su mujer, ya que Sonia puso fin a su matrimonio en el momento que tuvo constancia de las infidelidades de su esposo. "Eres un cerdo para calcular así el ponerme los cuernos" fue lo único y último que Sonia le dijo.

martes, 11 de septiembre de 2012

Intuición

Entra a la peluquería asomándose tímidamente. Cristina es así: vergonzosa, mira a suelo y se ríe incómoda en cualquier situación. Habla bajito, y pregunta en apenas un susurro si tiene turno, si se puede quedar.
La peluquera, una joven desganada que masca chicle moviendo los numerosos piercings de su cara, se aparta un mechón de pelo teñido de rosa de la frente y la mira asintiendo. Demasiado esfuerzo articular la palabra "sí" y menos con la mierda de sueldo que cobra.
 Cristina se sienta y como frente a ella hay una oronda señora ocupada con el "Hola"  no sabe dónde mirar. En una de sus miradas furtivas, pilla a la obesa chupándose el dedo para pasar la página. Sin querer, Cristina tuerce el gesto, pensando en lo asqueroso del hecho de chupar lo que tantas otras personas habían tocado. Personas que habían ido al baño y no se habían lavado la manos, que...¡para! dejar de imaginarte eso.
Al fin le llega su turno. Por suerte le toca la peluquera "buena". Le resulta incómodo pedir cosas, y si hubiera tenido que decirle a la peluquera "brusca" que quería que le atendiera la otra, de puro miedo no hubiera abierto la boca. La chica le saluda amablemente. Le habla con familiaridad, pues es su cliente habitual y para Cristina es todo un alivio.
-¿Cortamos las puntas?
Cristina niega con la cabeza y se arma de valor:
-No, corto.
La otra la mira interrogante.
-¿Por aqui? -dice, señalando justo por debajo de la oreja.
-No, más.
La peluquera asiente extrañada y le pregunta varias veces si está segura. Lo de asegurarse debe ser algo que se aprende en la escuela de peluquería.
- Y el tinte, ¿como siempre?
-No...-dice Cristina con apenas un hilo de voz- no me voy a teñir.
La peluquera se extraña aún más, pero tiene la sensación de que no debe preguntar más. Su sexto sentido le ha revelado algo.
Cuando termina de cortar, toma un espejo y le muestra a Cristina el corte por detrás. Ella asiente con una sonrisa melancólica.
La peluquera le quita la capa y tras cobrarle a una Cristina que se siente rara, desnuda sin su melena, se acerca con ella a la puerta y le susurra furtivamente "Ánimo, que saldrá bien".
Cristina mira al suelo y casi tropieza aturdida al salir. Mañana empieza la quimioterapia.

jueves, 6 de septiembre de 2012

¿Te suena?

Andrés Rege es un gilipollas. Es el resultado de la combinación madre retorcida y padre mala leche así que estaba destinado a ser un capullo desde el mismo instante en que vino al mundo. Ser un completo gilipollas no representa tarea fácil ya que requiere una completa dedicación. Por las mañanas, Andrés se levanta y si está inspirado deja un reguero de flatulencias cuando se dirige al baño. De camino al trabajo, acelera al acercarse al paso de peatones del colegio y cuando llega, aparca ocupando innecesariamente dos aparcamientos. Andrés es, como no podía ser de otro modo, jefe. "Mi jefe es un gilipollas" es, sin duda, la frase más repetida por todos sus subordinados. Entra en la oficina y hace el mismo comentario despectivo a la recepcionista por su sobrepeso. Mira babeante a la buenorra de la oficina y  se encierra en su despacho a pasar la mañana leyendo el marca y jodiendo a los empleados. El capullo es divorciado porque hasta la lela de su exmujer no pudo soportar su suprema gilipollez. Tienen dos retoños, ambos con el gen de la capullez, que es extremadamente fuerte y se hereda inevitablemente de generación en generación. Como casi nunca tiene ganas de ejercer de padre, suele dejar plantados a sus hijos con las excusas más absurdas, y se va a tomar unas copas, a "cazar". Rara vez consigue llevarse el gato al agua y acostarse con alguna mujer. La condición es que la mujer no supere un coeficiente intelctual del 50 o que esté tan borracha que tenga las alarmas antigilipollas desactivadas. Una vez saciados su instintos sexuales, el gilipollas se esfuerza aún más en serlo. Este es un mecanismo de autoprotección, para evitar que a la mujer se le ocurra desarrollar sus instintos de relación estable previos a los matrimoniales. Cuando se va a dormir por la noche se mira en el espejo mientras se lava los dientes y no siente nada; se tumba en la cama, cierra los ojos y se duerme sin dudar un segundo sobre su diario comportamiento de capullo. Esa es la mejor parte de ser un gilipollas, que uno mismo no sabe que lo es.

miércoles, 5 de septiembre de 2012

Adele (cuarta parte): mi punto débil

Paso por la calle mirando discretamente mi silueta en el reflejo de los escaparates. Estoy casi satifecha de mi aspecto. Llego al exclusivo café donde he quedado con Guillermo, Willy. Es un niñato rico, pero tiene estilo, sabe ganarse el que alguien como yo se deje ver con él. Lo conocí en una de las discotecas más pijas de Madrid. Rara vez desperdicio mi tiempo en acudir a este tipo de antros, pero la imbécil de  mi prima estaba de visita y no me quedó más remedio que llevarla por ahí para que mi madre se callara al fin. Debí de llamarle la atención porque mi atuendo no era para nada de puta barata como todas las demás chicas allí. Me mandó una botella de champán, y yo, ante la mirada de envidia de mi prima me digné a mirar en su dirección. Observé al niño pijo que me saludaba con su copa. Un rubio que peinaba sus rizos con raya al lado, el peinado que yo denomino "de primera comunión". Para completar el cuadro llevaba, además una chaqueta de cuadros que parecía sacada de una película de los sesenta. No aguanté esa visión más que un instante, pero un minuto después alguien me tocaba delicadamente el hombro. Me giré para encontrarme con su sonrisa estudiada y no mpoder negarme a que me tomara la mano para besarla. Todas la miradas de desprecio fallaban contra él, se empeñó en quedarse y me puso tan de los nervios, que le hubiera mandado a la mierda pero entonces propuso que nos fueramos a un garito de bailes de salón. Entonces yo acepté, solo para darle una lección al niñato. Llegamos a un local los tres, con mi prima a regañadientes, porque es auténcticamente nula para el baile. El sitio tenía su encanto, se llamaba "Buenos aires"  y se bailaba y respiraba auténtico tango argentino. Yo estaba deseando que me sacara bailar, quería humillar lo antes posible a Willy. Me tomó galantemente la mano, me llevó a la pista y... me hizo vibrar. Ese mequetrefe tenía algo...seguramente había encontrado lo que ni siquiera yo sabía que existía: mi punto débil.